Gracias al texto de Eva Lahoz y a las fotografías de Angel Alvarez, podremos conocer algo de la interesante y misteriosa cultura del pueblo Dogón. Gracias a los dos.
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En los montes Hombori, en la gran falla de Bandiagara, al este de Malí y al sudoeste de Burkina Faso, se en-cuentra el conocido como “País Dogón” en un acantilado de 150 kilómetros de largo y con una profundidad de 300 metros, de paredes abruptas, sembrada de desprendimientos y donde sólo la perseverancia de este pueblo les ha permitido crear pequeños oasis en los recovecos de este farallón precedido de una gran llanura de rocas peladas, árida y donde apenas crece algún matojo o arbusto.
Según sus tradiciones orales, ellos los Habe, que es como se autodenominan y que siginifica paganos, proceden de la parte oriental del río Níger, donde se les sitúa entre los siglos X al XIII. La historia les da origen en los montes Mandingas y se cree que al ser animistas y no querer convertirse al Islam hacia el año 1500 re-montaron el río Níger y se protegieron en los riscos de Bandiagara que en su lengua significa “gran plato de comida”. Allí, se encontraron con dos pueblos, los “tellem” más numerosos y los pigmeos, ya con escasa pre-sencia, a los que los Dogón empezaron a llamar “hombrecillos rojos”. Con el paso del tiempo los cazadores pigmeos ante la destrucción de la selva por parte de los dogón que extendían cada vez más sus cultivos se fue-ron yendo, pero los tellem se quedaron y poco a poco se fueron fundiendo con los dogón que pasaron a ser la cultura predominante. Hoy en día la única manera de distinguir a un verdadero dogón de un tellem es por su apellido y nombre.
Una historia imposible les precede, un gran secreto transmitido de padres a hijos. Sus leyendas y tra-diciones que hablan de "nommos”, llegados desde la estrella Sirio, de los que cuentan recibieron un importan-te legado cultural, siglos atrás, y ese misterio, unido a una de las culturas más singulares de la Humanidad, son un reclamo para los viajeros que por una parte permite a estas aldeas moribundas defenderse de la deser-tización y por otra pone en peligro esta singular forma de vida.
Según la tradición dogón, el mundo fue creado por el Dios supremo o Amma. Este dios creador hizo las estrellas arrojando bolitas de barro al cielo, y el Sol y la Luna como obras de alfarería. Más tarde creó la Tierra apretando con su mano una bola de arcilla y arrojándola de nuevo al espacio. Amma, también es res-ponsable de su origen ya que creó las cuatro parejas de las que proceden todos los Dogón: Sigi, Wagen, Lebe y Binu. Sus espíritus reciben el nombre de el anteriormente citado “nommos”. Como otros pueblos agricultores de África, la Tierra es el eje de sus creencias religiosas: el culto a Lebé marca los ciclos agrícolas, el más im-portante, el de Bulu, precede a las primeras lluvias y siembra. Son destacados los ritos a sus difuntos y las complejas ceremonias, donde la sociedad Awa es la responsable de los rituales. Esta misma sociedad planifica el Sigi o "Culto de la Gran Máscara", el más conocido de los ritos dogón, envuelto en un halo de hermetismo y leyenda. Cósmico y sobrenatural, que cada 60 años, y durante 22 días, da vida al baile de máscaras lleva-das por varones iniciados que aprenden técnicas para entrar en contacto con lo sobrenatural. Poco que ver con las vistosas danzas de mascaras para turistas, pero que aún así, nos permite conocer un poco esta cele-bración. Su líder es el Olaburu o "maestro del lenguaje de la maleza", que domina el lenguaje iniciático Sigi-So. En este territorio del Sahel, de sabanas herbáceas y arbustos dispersos, en el cual la lluvia y la tierra arable es escasa, en las laderas de la falla o en la llanura, se agrupan las viviendas o “Ginna”, palabra que también puede referirse a un grupo de casas unifamiliares descendientes de un mismo ancestro, de ladrillos de adobe con tejados que hacen las veces de terraza, destacando sus graneros de planta circular o cuadran-gular, con techo cónico de pajas tranzadas. Su puerta de acceso minúsculo y de madera muy trabajada, está en el punto más alto. Para acceder a este oscuro compartimentado recinto de almacenaje, se hace a través de la famosa escalera dogón, una escalera de factura simple ya que tan sólo se hacen unos peldaños en un tron-co seco. En el interior del granero, enseres de hombres y mujeres están separados.
En el centro de cada aldea la “toguna” o Casa de la Palabra, destaca de las demás construcciones siendo sostenida por 8 pilares esculpidos con simbología de la cosmogonía dogón, bellamente trabajados, como suele ser habitual ya que este pueblo es famoso por sus finos trabajos en puertas y ventanas. El habitá-culo, al que sólo pueden entrar hombres, con poco más de un metro de altura, es lugar de conversación, de descanso y de toma de decisiones para la comunidad, de juicios así como de sentencias. Allí se reúne el Con-sejo de Ancianos formado por los “Ginna-Banna” o jefes de familia, para debatir, pero no para enfadarse o violentarse, ya que, debido a su escasa altura, si un anciano se levanta enfadado, un simple golpe en la cabe-za le enfriará los ánimos y todo volverá a la calma.
Diseminados por la villa, los “Binou” o monumentos tótem, que no se deben fotografiar y mucho me-nos tocar.
Ya en las afueras de las aldeas encontramos la Casa de la Menstruación, único edificio circular de gran tamaño y lugar al que acuden, obligatoriamente, las mujeres en ese periodo, aislándose del resto de su familia durante 5 días y gozando de un pequeño y merecido descanso de sus agotadoras labores diarias. Hay otra pequeña choza, la Casa del Hogon se sitúa alejada del poblado para evitar impurezas y apenas se distin-gue en su construcción de las demás excepto por su decoración simbólica. El Hogon, “el más puro de los hombres puros”, es el jefe del Consejo de Ancianos y se trata de un hombre santo, sacerdote y guardián los secretos de la tradición de su pueblo, y es él, el que marca la vida espiritual, política y diaria de su pueblo. El Hogon también es el encargado de cuidar el lugar donde se guardan la conocidas y famosas máscaras sa-gradas dogón. Estas máscaras es el mejor ejemplo de arte dogón y nacieron, según la tradición, por la nece-sidad de esconderse de la muerte. La máscara más importante es llamada Iminama, tiene forma de serpiente y es empleada durante la celebración del Sigi. Aunque quizás la más conocida de todas sea la que lleva el nombre de Kanaga coronada por una cruz que representa, de forma abstracta, al pájaro del mismo nombre y que está asociada a la creación. Existen un total de 80 diferentes tipos de máscaras.
Los estratos sociales de los Dogón son muy complicados, dentro y entre los clanes. Para los hombres, su pertenencia a un grupo de edad en función de cuando y con quien participó en las ceremonias de inicia-ción, son las señas de identidad. En el sistema social de los dogón existen diversas castas según el trabajo que desempeñen como herreros, carpinteros o bien trabajen el cuero. También encontramos, como en todo Malí, a los "griots", que se pueden asemejar a los antiguios trovadores de la Edad Media europea. Hacen las veces de historiadores orales, genealogistas, poetas, músicos y hechiceros. Suelen vivir fuera de los poblados. Los Dogón dividen su comunidad en dos categorías opuestas, llamadas “innenomo” o hombre puro e “innepuru” o hombre impuro. Estos estatus se establece en el momento del nacimiento, heredado de algún antepasado recientemente fallecido. Los “innepuru” realizan la preparación y entierro de los cadáveres y sacrifican a los animales pero no pueden acceder a donde vive el Hogón.
El mijo y el sorgo son los cultivos predominantes, que ellos consumen, así como las cebollas, que lle-gan a exportar a Sudán y completan su dieta con los pollos, cabras, ovejas, etc. con los que conviven, así co-mo pequeños huertos con hortalizas en épocas de lluvias.
Desde niños, los Dogón se acostumbran a sus duras tareas que les permiten sobrevivir en un medio semidesértico. Su supervivencia depende de ello. Desde el amanecer a la puesta de Sol las niñas, con apenas 6 ó 7 años, acarrean agua del pozo que hay junto al poblado, en ocasiones subiendo y bajando por las es-carpadas piedras, descalzas y con el cubo sobre su cabeza en un perfecto y casi imposible equilibrio. Los pi-cudos y típicos gorros dogón, así como sus enormes sombreros junto a los morrales de piel llenos de fetiches y conchas, despuntan al alba en los atuendos de los pastores llevando pequeños rebaños fuera del corral, todo marcado por el ritmo cadencioso del mazo moliendo mijo, los primeros llantos, el canto de los gallos…Los sonidos aumentan su intensidad y ritmo con el Sol y se apagan con él, y así un día tras otro hasta el próximo Sigi en 2027, en el que Ireli, Tireli, Nombori, Duro, Benigmato, Dunduru, Endé, Teli, Kan-Kombolé y otros muchos, sólo girarán al ritmo de las Kanaga, la Iminana y 26 tipos de máscaras más.
Tres puntos son referencia para iniciar nuestro viaje: Sanga, la capital de la parte este de la falla, Kani Kambolé, en su extremo occidental y Dourou, el punto intermedio de acceso a la falla. La gran mayoría se-guimos el mismo recorrido: Mopti, Bandiagara, Sanga, hasta donde llegan los taxis-brousses y los bachêe. A partir de Sanga la ruta la marcará el ritmo de nuestros pies y la fuerza de nuestra mente, según el destino final.
El mito de los Dogón y la estrella Sirio
La historia de los Dogón y Sirio, la estrella más brillante del cielo y sus dos compañeras invisibles tiene casi se-senta años. Según esta leyenda, seres anfibios, con más forma de pez que de hombre y procedentes de esta estrella de la constelación de Canis Mayor, llegaron a la Tierra hace unos mil años y entraron en contacto con el pueblo dogón prometiéndoles regresar.
En 1950, los antropólogos franceses Marcel Griaule y Germaine Dieterlen publicaron un artículo en el que afirmaban que gran parte de la cosmogonía de esta tribu africana giraba entorno a Sirio, o como ellos la conocían “Sigu Tolo”, y dos estrellas compañeras invisibles a simple vista, conocidas como Sirio B o "Po to-lo" y Sirio C. ¿Cómo entonces sabían los Dogón de su existencia?
Más allá de teorías inverosímiles sobre posibles contactos de extraterrestres con los dogón toda parece indicar que se trata de un caso de asimilación cultural, de transmisión de información por parte de algún mi-sionero o explorador que visitó la falla de Bandiagara antes de la llegada de estos antropólogos franceses y les contó lo que ya entonces se sabía sobre esta formación estelar. Además, ninguno de los conocimientos as-tronómicos que se supone tenían los dogón por transmisión “alienígena” era desconocido para la astronomía de entonces. Incluso se ha llegado a especular con que fuera el propio Griaule el que les contara esta historia. Hoy en día casi ningún dogón sabe sobre el tema e incluso no se ponen de acuerdo en que estrella es “Sigu Tolo”.
Según sus tradiciones orales, ellos los Habe, que es como se autodenominan y que siginifica paganos, proceden de la parte oriental del río Níger, donde se les sitúa entre los siglos X al XIII. La historia les da origen en los montes Mandingas y se cree que al ser animistas y no querer convertirse al Islam hacia el año 1500 re-montaron el río Níger y se protegieron en los riscos de Bandiagara que en su lengua significa “gran plato de comida”. Allí, se encontraron con dos pueblos, los “tellem” más numerosos y los pigmeos, ya con escasa pre-sencia, a los que los Dogón empezaron a llamar “hombrecillos rojos”. Con el paso del tiempo los cazadores pigmeos ante la destrucción de la selva por parte de los dogón que extendían cada vez más sus cultivos se fue-ron yendo, pero los tellem se quedaron y poco a poco se fueron fundiendo con los dogón que pasaron a ser la cultura predominante. Hoy en día la única manera de distinguir a un verdadero dogón de un tellem es por su apellido y nombre.
Una historia imposible les precede, un gran secreto transmitido de padres a hijos. Sus leyendas y tra-diciones que hablan de "nommos”, llegados desde la estrella Sirio, de los que cuentan recibieron un importan-te legado cultural, siglos atrás, y ese misterio, unido a una de las culturas más singulares de la Humanidad, son un reclamo para los viajeros que por una parte permite a estas aldeas moribundas defenderse de la deser-tización y por otra pone en peligro esta singular forma de vida.
Según la tradición dogón, el mundo fue creado por el Dios supremo o Amma. Este dios creador hizo las estrellas arrojando bolitas de barro al cielo, y el Sol y la Luna como obras de alfarería. Más tarde creó la Tierra apretando con su mano una bola de arcilla y arrojándola de nuevo al espacio. Amma, también es res-ponsable de su origen ya que creó las cuatro parejas de las que proceden todos los Dogón: Sigi, Wagen, Lebe y Binu. Sus espíritus reciben el nombre de el anteriormente citado “nommos”. Como otros pueblos agricultores de África, la Tierra es el eje de sus creencias religiosas: el culto a Lebé marca los ciclos agrícolas, el más im-portante, el de Bulu, precede a las primeras lluvias y siembra. Son destacados los ritos a sus difuntos y las complejas ceremonias, donde la sociedad Awa es la responsable de los rituales. Esta misma sociedad planifica el Sigi o "Culto de la Gran Máscara", el más conocido de los ritos dogón, envuelto en un halo de hermetismo y leyenda. Cósmico y sobrenatural, que cada 60 años, y durante 22 días, da vida al baile de máscaras lleva-das por varones iniciados que aprenden técnicas para entrar en contacto con lo sobrenatural. Poco que ver con las vistosas danzas de mascaras para turistas, pero que aún así, nos permite conocer un poco esta cele-bración. Su líder es el Olaburu o "maestro del lenguaje de la maleza", que domina el lenguaje iniciático Sigi-So. En este territorio del Sahel, de sabanas herbáceas y arbustos dispersos, en el cual la lluvia y la tierra arable es escasa, en las laderas de la falla o en la llanura, se agrupan las viviendas o “Ginna”, palabra que también puede referirse a un grupo de casas unifamiliares descendientes de un mismo ancestro, de ladrillos de adobe con tejados que hacen las veces de terraza, destacando sus graneros de planta circular o cuadran-gular, con techo cónico de pajas tranzadas. Su puerta de acceso minúsculo y de madera muy trabajada, está en el punto más alto. Para acceder a este oscuro compartimentado recinto de almacenaje, se hace a través de la famosa escalera dogón, una escalera de factura simple ya que tan sólo se hacen unos peldaños en un tron-co seco. En el interior del granero, enseres de hombres y mujeres están separados.
En el centro de cada aldea la “toguna” o Casa de la Palabra, destaca de las demás construcciones siendo sostenida por 8 pilares esculpidos con simbología de la cosmogonía dogón, bellamente trabajados, como suele ser habitual ya que este pueblo es famoso por sus finos trabajos en puertas y ventanas. El habitá-culo, al que sólo pueden entrar hombres, con poco más de un metro de altura, es lugar de conversación, de descanso y de toma de decisiones para la comunidad, de juicios así como de sentencias. Allí se reúne el Con-sejo de Ancianos formado por los “Ginna-Banna” o jefes de familia, para debatir, pero no para enfadarse o violentarse, ya que, debido a su escasa altura, si un anciano se levanta enfadado, un simple golpe en la cabe-za le enfriará los ánimos y todo volverá a la calma.
Diseminados por la villa, los “Binou” o monumentos tótem, que no se deben fotografiar y mucho me-nos tocar.
Ya en las afueras de las aldeas encontramos la Casa de la Menstruación, único edificio circular de gran tamaño y lugar al que acuden, obligatoriamente, las mujeres en ese periodo, aislándose del resto de su familia durante 5 días y gozando de un pequeño y merecido descanso de sus agotadoras labores diarias. Hay otra pequeña choza, la Casa del Hogon se sitúa alejada del poblado para evitar impurezas y apenas se distin-gue en su construcción de las demás excepto por su decoración simbólica. El Hogon, “el más puro de los hombres puros”, es el jefe del Consejo de Ancianos y se trata de un hombre santo, sacerdote y guardián los secretos de la tradición de su pueblo, y es él, el que marca la vida espiritual, política y diaria de su pueblo. El Hogon también es el encargado de cuidar el lugar donde se guardan la conocidas y famosas máscaras sa-gradas dogón. Estas máscaras es el mejor ejemplo de arte dogón y nacieron, según la tradición, por la nece-sidad de esconderse de la muerte. La máscara más importante es llamada Iminama, tiene forma de serpiente y es empleada durante la celebración del Sigi. Aunque quizás la más conocida de todas sea la que lleva el nombre de Kanaga coronada por una cruz que representa, de forma abstracta, al pájaro del mismo nombre y que está asociada a la creación. Existen un total de 80 diferentes tipos de máscaras.
Los estratos sociales de los Dogón son muy complicados, dentro y entre los clanes. Para los hombres, su pertenencia a un grupo de edad en función de cuando y con quien participó en las ceremonias de inicia-ción, son las señas de identidad. En el sistema social de los dogón existen diversas castas según el trabajo que desempeñen como herreros, carpinteros o bien trabajen el cuero. También encontramos, como en todo Malí, a los "griots", que se pueden asemejar a los antiguios trovadores de la Edad Media europea. Hacen las veces de historiadores orales, genealogistas, poetas, músicos y hechiceros. Suelen vivir fuera de los poblados. Los Dogón dividen su comunidad en dos categorías opuestas, llamadas “innenomo” o hombre puro e “innepuru” o hombre impuro. Estos estatus se establece en el momento del nacimiento, heredado de algún antepasado recientemente fallecido. Los “innepuru” realizan la preparación y entierro de los cadáveres y sacrifican a los animales pero no pueden acceder a donde vive el Hogón.
El mijo y el sorgo son los cultivos predominantes, que ellos consumen, así como las cebollas, que lle-gan a exportar a Sudán y completan su dieta con los pollos, cabras, ovejas, etc. con los que conviven, así co-mo pequeños huertos con hortalizas en épocas de lluvias.
Desde niños, los Dogón se acostumbran a sus duras tareas que les permiten sobrevivir en un medio semidesértico. Su supervivencia depende de ello. Desde el amanecer a la puesta de Sol las niñas, con apenas 6 ó 7 años, acarrean agua del pozo que hay junto al poblado, en ocasiones subiendo y bajando por las es-carpadas piedras, descalzas y con el cubo sobre su cabeza en un perfecto y casi imposible equilibrio. Los pi-cudos y típicos gorros dogón, así como sus enormes sombreros junto a los morrales de piel llenos de fetiches y conchas, despuntan al alba en los atuendos de los pastores llevando pequeños rebaños fuera del corral, todo marcado por el ritmo cadencioso del mazo moliendo mijo, los primeros llantos, el canto de los gallos…Los sonidos aumentan su intensidad y ritmo con el Sol y se apagan con él, y así un día tras otro hasta el próximo Sigi en 2027, en el que Ireli, Tireli, Nombori, Duro, Benigmato, Dunduru, Endé, Teli, Kan-Kombolé y otros muchos, sólo girarán al ritmo de las Kanaga, la Iminana y 26 tipos de máscaras más.
Tres puntos son referencia para iniciar nuestro viaje: Sanga, la capital de la parte este de la falla, Kani Kambolé, en su extremo occidental y Dourou, el punto intermedio de acceso a la falla. La gran mayoría se-guimos el mismo recorrido: Mopti, Bandiagara, Sanga, hasta donde llegan los taxis-brousses y los bachêe. A partir de Sanga la ruta la marcará el ritmo de nuestros pies y la fuerza de nuestra mente, según el destino final.
El mito de los Dogón y la estrella Sirio
La historia de los Dogón y Sirio, la estrella más brillante del cielo y sus dos compañeras invisibles tiene casi se-senta años. Según esta leyenda, seres anfibios, con más forma de pez que de hombre y procedentes de esta estrella de la constelación de Canis Mayor, llegaron a la Tierra hace unos mil años y entraron en contacto con el pueblo dogón prometiéndoles regresar.
En 1950, los antropólogos franceses Marcel Griaule y Germaine Dieterlen publicaron un artículo en el que afirmaban que gran parte de la cosmogonía de esta tribu africana giraba entorno a Sirio, o como ellos la conocían “Sigu Tolo”, y dos estrellas compañeras invisibles a simple vista, conocidas como Sirio B o "Po to-lo" y Sirio C. ¿Cómo entonces sabían los Dogón de su existencia?
Más allá de teorías inverosímiles sobre posibles contactos de extraterrestres con los dogón toda parece indicar que se trata de un caso de asimilación cultural, de transmisión de información por parte de algún mi-sionero o explorador que visitó la falla de Bandiagara antes de la llegada de estos antropólogos franceses y les contó lo que ya entonces se sabía sobre esta formación estelar. Además, ninguno de los conocimientos as-tronómicos que se supone tenían los dogón por transmisión “alienígena” era desconocido para la astronomía de entonces. Incluso se ha llegado a especular con que fuera el propio Griaule el que les contara esta historia. Hoy en día casi ningún dogón sabe sobre el tema e incluso no se ponen de acuerdo en que estrella es “Sigu Tolo”.
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