Según informa la agencia VietNamNet Bridge a finales de este año comenzará a funcionar una nueva ruta marítima con modernos barcos que unirá Vietnam, Camboya y Tailandia dos veces por semana. Los ferrys saldrán de la ciudad de Ha Tien en la provincia vietnamita de Kien Giang y terminarán en Chanthaburi, en Tailandia pasando antes por Sihanoukville en Camboya. Esta nueva ruta hará más fácil la llegada a esta población camboyana que está por convertirse en una nueva Phuket.
jueves, 29 de noviembre de 2007
Un nuevo ferry unirá Vietnam, Camboya y Tailandia
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domingo, 25 de noviembre de 2007
Se reanuda autobús Katmandú-Lhasa
Según informa la agencia china de noticias Xinhua, el pasado jueves los gobiernos de Nepal y China firmaron un acuerdo para la reanudación del servicio de autobuses que une la capital de Nepal, Katmandú y Lhasa. Según el acuerdo, este servicio de autobús, que fue suspendido en 2006 después de unos meses de funcionamiento, se reanudará el 1 de enero de 2008 con un viaje semanal en cada sentido.
El precio del billete para los tres días que durará el viaje será de unos 70 dólares por persona. Está por ver si los turistas extranjeros podrán utilizar este servicio.
También se ha informado que para el año 2010 se espera esté acabado el asfaltado de la carretera que une las capitales tibetana y nepalí.
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sábado, 24 de noviembre de 2007
Carrera de autoricksaws en Chennai (India)
El próximo 31 de diciembre comienza en Chennai la edición número 50 de la IndianARC CLASSIC Rally 2007, una clásica carrera de...autoricksaws!!!
Como seguro sabréis los rickshaw es uno de los principales medios de transporte en India, Pakistán, Nepal, Bangladesh y Sri Lanka y en otros países, como Tailandia o Indonesia donde recibe el nombre de Tuk-Tuk, o en La Habana donde les llaman Coco-Taxi. Incluso en algunas ciudades occidentales se están empezando a utilizar por razones medioambientales en su versión con motor eléctrico o tirados por hombres.
Esta curiosa competición se celebra durante una semana en Tamil Nadu y comienza en Chennai, conocida antes como Madrás, el último día del año y termina en Kanniyakumari el día 6 de enero. Reune a cientos de aficionados y participantes y durante los 7 días de competición se recorren más de 100 kilómetros diarios.
Más info: http://www.indianarc.com/
Esta curiosa competición se celebra durante una semana en Tamil Nadu y comienza en Chennai, conocida antes como Madrás, el último día del año y termina en Kanniyakumari el día 6 de enero. Reune a cientos de aficionados y participantes y durante los 7 días de competición se recorren más de 100 kilómetros diarios.
Más info: http://www.indianarc.com/
viernes, 16 de noviembre de 2007
Libia exige la traducción al árabe del pasaporte
Según informa la agencia de noticias AP, el gobierno libio está empezando a negar la entrada a turistas cuyo pasaporte no esté traducido al árabe. Este requisito era necesario hace unos años, en concreto durante mi visita en 1997, pero parece que últimamente no era exigido.
Desde el pasado 11 de noviembre se está aplicando de forma rigurosa una nueva ley libia sin haber informado con anterioridad a los posibles turistas.
Así que ya sabéis traduciros vuestro pasaporte, cosa que se podía hacer en la misma Embajada de Libia que os proporciona el visado.
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jueves, 15 de noviembre de 2007
Micronesia(IV), las otras islas del atolón
Nuestro amigo Nacho Martín (http://www.nosvamosdeviaje.com/) nos cuenta la cuarta entrega de sus aventuras por el lejano archipiélago de Micronesia...
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Al atardecer los muelles de Weno están en pleno bullicio. Es la hora de volver a casa, y las motoras esperan a sus pasajeros para partir a alguna de las islas del atolón. Desde los 230m del monte Tonaachau, el horizonte del ocaso no se pierde en el mar. Las otras islas se recortan en el horizonte, con el espectáculo de las pequeñas motoras abandonando el “centro” y saliendo al mar dorado, como fuegos artificiales. En total hay unas quince islas habitadas protegidas por la barrera de coral de Chuuk, que dicen es la segunda más grande del mundo.
Por tanto, aunque uno viva en una isla, siempre tienes otra cercana para cambiar de aires en el fin de semana, y estirar así un poco tu “mundo”. La única dificultad es ponerte de acuerdo con el barquero, pues cada isla tiene varios nombres. Al poco de llegar no sabía si los nombres raros eran de alumnos, pueblos, o islas. Cuando me aprendí que la isla de enfrente se llamaba “Tonoas”, entonces alguien se refiri a ella como “Dublón”, su nombre antiguo, para en otra ocasión pasar a ser “Toloas”, pues algunos de los dialectos de la laguna no tienen el sonido “n”, que cambian por “l” o “r” a su gusto. Todavía no sé si yo vivo en Weno o Wero.
La primera escapada fue a Piis, la única isla habitada que está en el arrecife de coral. Llevaba apenas un par de semanas aquí, y fue una de las mejores lecciones sobre Micronesia. Primero el viaje en la motora, nada de lo idílico que se ve cuando abandonan el puerto. Se va sentado sobre el suelo, acoplándote a los botes durante horas, pues aunque el mar está tranquilo, con la velocidad notas el mínimo obstáculo. Luego el equipaje adecuado. La gente usa cubos de plásticos o neveras de camping, ambos estancos, mientras que mi bolsa llegó empapada por la lluvia intermitente, y yo calado por el spray que levantábamos. Ahora ambos vamos envueltos en sendas bolsas de basura.
Descubrí la hospitalidad de la gente de Chuuk, y su expresión más directa en la comilona que se organizó en nuestro honor. La gente se reúne en el edificio común, sentada en el suelo mientras a ti te colocan incomodo en alto y presidiendo la reunión, y tras la ronda de discursos, empieza el festín. Las bandejas surtidas de taro, fruta de pan, pescado crudo y frito, arroz, cerdo, fruta… que tenía delante no eran la comida de todos. Era una para cada uno de los agasajados, pues la costumbre es que comas lo que puedas y el resto lo lleves a casa, o lo des a alguien que no haya comido. Y lo mejor es que hay que comer con los dedos, con lo que disfrutas doble con la trasgresión a las prohibiciones de tu infancia.
La vida en estas islas transcurre de cara al mar. Las casas se reparten a lo largo de la orilla, por familias. Cada una tiene su barca, y con ella acceso a las proteínas que complementan los vegetales tropicales. En el claro de palmeras en el que está la iglesia, un manto de prado verde da idea de lo que nosotros llamaríamos plaza con el tiempo y cemento. Un grupo de señoras ríen continuamente mientras se abanican con una palma trenzada, sentadas en el suelo con mucha práctica. Los niños revolotean alrededor como lo harían en cualquier parque del mundo.
Yo había manifestado mi interés por recorrer la isla, así que uno de los niños fue designado para acompañarme, y se las arregló para devolverme al mismo lugar en cinco minutos y seguir con los juegos, que esta vez consistían en despiojarse uno al otro. Finalmente fui a parar a manos del “policía”, según ponía en la camiseta, pero que ante la falta de desórdenes, simplemente está al cuidado de la radio, la única comunicación con el exterior. Él fue el que me dio la vuelta por la isla, un mundo sin coches, sin electricidad, donde la gente todavía mira las estrellas y habla con sus ancianos.
La segunda salida fue a Udot, que se supone que es la cima de la montaña que al variar el nivel del mar dio lugar al atolón de Chuuk. Al dar la vuelta de rigor a la isla, otro niño fue designado voluntario para acompañarnos. Yo me preguntaba qué truco haría esta vez para volver con sus amigos. Lo comprendí cuando los veinte minutos estimados del paseo se habían duplicado con creces. Su venganza particular fue la de llevarnos por el lado más largo, sin sendero. El sol se había ocultado ya, y la noche caía rápido como sólo hace en los trópicos. Él iba descalzo y se volvía de vez en cuando para vernos pasar entre la maleza demasiado espesa para nuestro tamaño. Yo, que me sorprendía de la destreza que había conseguido con las chanclas, solo deseaba que no se me rompieran justo ahora. Que agradable sensación notar que la chancla sigue milagrosamente unida a tu pié cuando la sacas de un palmo de lodo y te espera adelante un poco más de oscura maleza y otro trozo de acantilado cortante.
Finalmente llegamos a unas cabañas, ya de noche cerrada, y a juzgar por los gestos y tonos, al niño le debieron decir aquello de “pero cómo se te ocurre…”, “imprudente” y demás, mientras fueron a buscar al policía para que nos acompañara a nuestra casa con su linterna. Pocas veces he disfrutado tanto de una ducha a cazos, a la luz de una lámpara de keroseno, para ir caer rendido sobre una esterilla de pandano.
La razón de venir a Udot era para pasar la prueba de acceso a Xavier. Me marcó ver el estado de las escuelas de donde vienen nuestros futuros alumnos. Apenas tienen un par de libros para toda la clase, y no todas tienen mesas. Rellenar la hoja de datos personales costó casi una hora pues apenas entendían inglés. Me llamó la atención que en la casilla del empleo del padre y madre, muchos ponían “ninguno”, pero cuando la pregunta era quién pagará por tu educación, la respuesta era “mis padres”. Así es Micronesia. Lo que no te da la tierra te lo dan los familiares. No sé cómo les fue, ni si alguno será alumno de Xavier el año que viene, pero a mí me cambió la perspectiva como profesor. Y eso que soy más alumno que profesor, pues cada día me enseñan algo nuevo.
Los japoneses fueron los primeros en explotar las ventajas de Chuuk como puerto, y lo convirtieron el la base de la Flota Combinada del Pacífico, bajo el mando del célebre Almirante Yakamoto. Entonces Tonoas era la isla principal, con una pequeña ciudad que fue arrasada por los bombardeos americanos. Otras islas se convirtieron en huertos, centros de radios, o aeródromos, recolocando previamente a la fuerza a sus habitantes. Cuando al acabar la guerra volvieron sus habitantes, el sentido de posesión de la tierra todavía se hizo más fuerte.
Para mí la más curiosa es Eten. Con rocas de la montaña ganaron tierra al mar para las pistas de aterrizaje, dejándole la apariencia de un portaviones. El resto de montaña haría de puesto de mando, y el manto de palmeras que hoy cubre el cemento de las pistas sería el casco. En el mar a ambos lados están los restos de los aviones que intentaron despegar, cubiertos de corales para nuestro disfrute. El centro de comunicaciones estaba en un edificio gemelo al de Xavier, pero que corrió con peor suerte en los bombardeos y está en ruinas. Al menos puedes ver como era el original japonés. Las puertas de acero son las mismas que tenemos nosotros, pero el baño con bañera de agua caliente se transformó, desgraciadamente en nuestro caso, en la secretaría del colegio.
Pero visitarla no es fácil. La tierra es suya, y cobran a los turistas precios astronómicos por pisarla. La otra opción es pedir permiso, usando el protocolo local, por lo que un acompañante que hable chukés es indispensable. Al llegar al muelle aparece un paisano y empieza un parlamento de quince minutos. Mientras tanto esperas pacientemente sin enterarte de nada. Un gesto con la cabeza me indica que tenemos permiso del jefe de la isla para atracar la barca, y podemos desembarcar. En cada hogar que atravesábamos sucedía lo mismo. Pero al final descubrimos la clave. El ser profesor de Xavier se convirtió en un salvoconducto.
Al atardecer los muelles de Weno están en pleno bullicio. Es la hora de volver a casa, y las motoras esperan a sus pasajeros para partir a alguna de las islas del atolón. Desde los 230m del monte Tonaachau, el horizonte del ocaso no se pierde en el mar. Las otras islas se recortan en el horizonte, con el espectáculo de las pequeñas motoras abandonando el “centro” y saliendo al mar dorado, como fuegos artificiales. En total hay unas quince islas habitadas protegidas por la barrera de coral de Chuuk, que dicen es la segunda más grande del mundo.
Por tanto, aunque uno viva en una isla, siempre tienes otra cercana para cambiar de aires en el fin de semana, y estirar así un poco tu “mundo”. La única dificultad es ponerte de acuerdo con el barquero, pues cada isla tiene varios nombres. Al poco de llegar no sabía si los nombres raros eran de alumnos, pueblos, o islas. Cuando me aprendí que la isla de enfrente se llamaba “Tonoas”, entonces alguien se refiri a ella como “Dublón”, su nombre antiguo, para en otra ocasión pasar a ser “Toloas”, pues algunos de los dialectos de la laguna no tienen el sonido “n”, que cambian por “l” o “r” a su gusto. Todavía no sé si yo vivo en Weno o Wero.
La primera escapada fue a Piis, la única isla habitada que está en el arrecife de coral. Llevaba apenas un par de semanas aquí, y fue una de las mejores lecciones sobre Micronesia. Primero el viaje en la motora, nada de lo idílico que se ve cuando abandonan el puerto. Se va sentado sobre el suelo, acoplándote a los botes durante horas, pues aunque el mar está tranquilo, con la velocidad notas el mínimo obstáculo. Luego el equipaje adecuado. La gente usa cubos de plásticos o neveras de camping, ambos estancos, mientras que mi bolsa llegó empapada por la lluvia intermitente, y yo calado por el spray que levantábamos. Ahora ambos vamos envueltos en sendas bolsas de basura.
Descubrí la hospitalidad de la gente de Chuuk, y su expresión más directa en la comilona que se organizó en nuestro honor. La gente se reúne en el edificio común, sentada en el suelo mientras a ti te colocan incomodo en alto y presidiendo la reunión, y tras la ronda de discursos, empieza el festín. Las bandejas surtidas de taro, fruta de pan, pescado crudo y frito, arroz, cerdo, fruta… que tenía delante no eran la comida de todos. Era una para cada uno de los agasajados, pues la costumbre es que comas lo que puedas y el resto lo lleves a casa, o lo des a alguien que no haya comido. Y lo mejor es que hay que comer con los dedos, con lo que disfrutas doble con la trasgresión a las prohibiciones de tu infancia.
La vida en estas islas transcurre de cara al mar. Las casas se reparten a lo largo de la orilla, por familias. Cada una tiene su barca, y con ella acceso a las proteínas que complementan los vegetales tropicales. En el claro de palmeras en el que está la iglesia, un manto de prado verde da idea de lo que nosotros llamaríamos plaza con el tiempo y cemento. Un grupo de señoras ríen continuamente mientras se abanican con una palma trenzada, sentadas en el suelo con mucha práctica. Los niños revolotean alrededor como lo harían en cualquier parque del mundo.
Yo había manifestado mi interés por recorrer la isla, así que uno de los niños fue designado para acompañarme, y se las arregló para devolverme al mismo lugar en cinco minutos y seguir con los juegos, que esta vez consistían en despiojarse uno al otro. Finalmente fui a parar a manos del “policía”, según ponía en la camiseta, pero que ante la falta de desórdenes, simplemente está al cuidado de la radio, la única comunicación con el exterior. Él fue el que me dio la vuelta por la isla, un mundo sin coches, sin electricidad, donde la gente todavía mira las estrellas y habla con sus ancianos.
La segunda salida fue a Udot, que se supone que es la cima de la montaña que al variar el nivel del mar dio lugar al atolón de Chuuk. Al dar la vuelta de rigor a la isla, otro niño fue designado voluntario para acompañarnos. Yo me preguntaba qué truco haría esta vez para volver con sus amigos. Lo comprendí cuando los veinte minutos estimados del paseo se habían duplicado con creces. Su venganza particular fue la de llevarnos por el lado más largo, sin sendero. El sol se había ocultado ya, y la noche caía rápido como sólo hace en los trópicos. Él iba descalzo y se volvía de vez en cuando para vernos pasar entre la maleza demasiado espesa para nuestro tamaño. Yo, que me sorprendía de la destreza que había conseguido con las chanclas, solo deseaba que no se me rompieran justo ahora. Que agradable sensación notar que la chancla sigue milagrosamente unida a tu pié cuando la sacas de un palmo de lodo y te espera adelante un poco más de oscura maleza y otro trozo de acantilado cortante.
Finalmente llegamos a unas cabañas, ya de noche cerrada, y a juzgar por los gestos y tonos, al niño le debieron decir aquello de “pero cómo se te ocurre…”, “imprudente” y demás, mientras fueron a buscar al policía para que nos acompañara a nuestra casa con su linterna. Pocas veces he disfrutado tanto de una ducha a cazos, a la luz de una lámpara de keroseno, para ir caer rendido sobre una esterilla de pandano.
La razón de venir a Udot era para pasar la prueba de acceso a Xavier. Me marcó ver el estado de las escuelas de donde vienen nuestros futuros alumnos. Apenas tienen un par de libros para toda la clase, y no todas tienen mesas. Rellenar la hoja de datos personales costó casi una hora pues apenas entendían inglés. Me llamó la atención que en la casilla del empleo del padre y madre, muchos ponían “ninguno”, pero cuando la pregunta era quién pagará por tu educación, la respuesta era “mis padres”. Así es Micronesia. Lo que no te da la tierra te lo dan los familiares. No sé cómo les fue, ni si alguno será alumno de Xavier el año que viene, pero a mí me cambió la perspectiva como profesor. Y eso que soy más alumno que profesor, pues cada día me enseñan algo nuevo.
Los japoneses fueron los primeros en explotar las ventajas de Chuuk como puerto, y lo convirtieron el la base de la Flota Combinada del Pacífico, bajo el mando del célebre Almirante Yakamoto. Entonces Tonoas era la isla principal, con una pequeña ciudad que fue arrasada por los bombardeos americanos. Otras islas se convirtieron en huertos, centros de radios, o aeródromos, recolocando previamente a la fuerza a sus habitantes. Cuando al acabar la guerra volvieron sus habitantes, el sentido de posesión de la tierra todavía se hizo más fuerte.
Para mí la más curiosa es Eten. Con rocas de la montaña ganaron tierra al mar para las pistas de aterrizaje, dejándole la apariencia de un portaviones. El resto de montaña haría de puesto de mando, y el manto de palmeras que hoy cubre el cemento de las pistas sería el casco. En el mar a ambos lados están los restos de los aviones que intentaron despegar, cubiertos de corales para nuestro disfrute. El centro de comunicaciones estaba en un edificio gemelo al de Xavier, pero que corrió con peor suerte en los bombardeos y está en ruinas. Al menos puedes ver como era el original japonés. Las puertas de acero son las mismas que tenemos nosotros, pero el baño con bañera de agua caliente se transformó, desgraciadamente en nuestro caso, en la secretaría del colegio.
Pero visitarla no es fácil. La tierra es suya, y cobran a los turistas precios astronómicos por pisarla. La otra opción es pedir permiso, usando el protocolo local, por lo que un acompañante que hable chukés es indispensable. Al llegar al muelle aparece un paisano y empieza un parlamento de quince minutos. Mientras tanto esperas pacientemente sin enterarte de nada. Un gesto con la cabeza me indica que tenemos permiso del jefe de la isla para atracar la barca, y podemos desembarcar. En cada hogar que atravesábamos sucedía lo mismo. Pero al final descubrimos la clave. El ser profesor de Xavier se convirtió en un salvoconducto.
domingo, 4 de noviembre de 2007
Rolling Hostel, una manera diferente de viajar por Chile
Viajando recientemente por Chile descubrí una forma diferente y más barata de conocer el país. Se trata del Rolling Hostel. Es parecido a lo que se hace desde hace años en muchos lugares de Africa. Se trata de un autobús o como dicen por allá, un gran omnibús, reconvertido en albergue sobre ruedas que puede llevar hasta a quince turistas, diez en cinco cabinas dobles, más otros cinco en cómodos sofás camas individuales en la parte trasera del bús. Aunque suele hacer noche en zonas de acampada preparadas, alguna vez lo hace en parajes aislados por lo que cuenta con un ducha portátil.
La ventaja que ofrece esta manera de viajar es que visitar lugares poco frecuentados, gracias al conocimiento que tienen del país sus creadores, y pasar la noche en medio de desiertos o a los pies de un glaciar...
Este proyecto, apoyado por el Gobierno chileno, es el resultado del esfuerzo de 3 jóvenes emprendedores de Chile, Bélgica y España. Pablo Dutilh, Karel Dohondt y Pablo Egaña, buscaban una idea que les permitiera conjugar su pasión por el turismo de aventura y ecológico en Chile y una manera de ganarse la vida con un producto turístico hasta ahora inexistente en esta parte del mundo.
Entre sus programa encontramos uno dedicado a los desiertos y altiplanos del país que recorre el Norte Chico de Chile, incluido el Valle del Elqui y sus plantas de pisco, el Norte Grande o superior con sus paisajes del desierto y sal el altiplano como el desierto de Atacama, así como las playas e islas de la Tercera Región. Otro recorrido llamado "Patagonia Volcánica" nos permitirá conocer durante 21 días varios Parques Nacionales como el Conguillío, Pérez Rosales y Chiloé y ciudades como Valdivia, Puerto Montt y El Chaitén. Por último un tercer viaje que nos ofrecen los chicos de Rolling Hostel es "Patagonia Glaciar" que nos adentra en el sur de Chile para llegar a las Torres del Paine y el Parque de Los Glaciares ya en Argentina continuando hasta Ushuaia.
Más info: http://www.rollinghostel.com/
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sábado, 3 de noviembre de 2007
Gerardo Olivares gana la Espiga de Oro del Festival de Valladolid
Gerardo Olivares, conocido en el mundo de los viajes por ser el realizador de documentales como "La Ruta de las Córdobas", "La Ruta de Samarkanda" y del excelente largometraje "La Gran Final" ha ganado la Espiga de Oro de la 52 Semana Internacional de Cine de Valladolid (Seminci) con su segundo largometraje, titulado "Catorce kilómetros" donde nos cuenta un descarnado retrato sobre la inmigración africana que entra en Europa a través del Estrecho de Gibraltar.
Enhorabuena Gerardo...
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