miércoles, 31 de mayo de 2006

Crónicas Viajeras: El Transmongoliano(II)

Seguimos con la segunda Crónica Viajera de nuestro amigo Nacho Martín por el Transmongoliano. Mas datos en http://www.nosvamosdeviaje.com/

Llegué a Irkustk de noche, a pesar de que, como pone en mi billete, son las tres de la tarde… en Moscú. Tras 84 horas en tren, a través de más de 5000 km, había entrado en Asia, y me encontraba en la capital de la mítica Siberia. Realmente me daba igual. Mi cabeza occidental llevaba ya un par de días soñando con una buena ducha y una cena sin el movimiento del tren. Lo del movimiento es relativo, pues pasa como con los barcos, aunque estés en tierra te parece que sigues moviendote. Incluso tenía un cierto “train-lag” pues tras unos días de horario desordenado, de repente le pones al cuerpo cinco horas más. Pero la ducha fue antológica.


No me gusta llegar a oscuras a las ciudades, y menos a ésta, que casi no tiene farolas. Me recordó a San Petersburgo años atrás... sin vida, a pesar de la gente que de vez en cuando aparece en la penumbra de las calles. Casi no hay letreros de tiendas o bares. Parece que el consumismo todavía no ha llegado, aunque en la plaza haya dos pantallas gigantes de video que la alumbran con los últimos videos musicales. La sorpresa me la llevé al ver que, uno de los pocos letreros de la calle Karl Marx anunciaba la película “Mortadelo y Filemón” con las letras en ruso. Para que luego digan del cine español en crisis, exportando a Siberia…
El nombre de Siberia o de Irkustk me evocan la palabra exilio. Aquíi terminaban los apestados por el régimen en una especie de muerte en vida. Todavía no hace frío, pero cambiar el confort de un palacio en San Petersburgo por el vacio total, separado por 6000 kilometros de los de la época era como para pensarse lo de ser revoltoso. Pero eso no detuvo el ímpetu de un grupo de aristócratas que, en diciembre de 1825, quisieron pedir reformas en el anticuado régimen zarista; acabaron pasando el año nuevo de camino hacia el este. La historia da para una película de Hollywood, pues sus mujeres les acompañaron al exilio, y tras terminar sus trabajos forzados lograron revitalizar la vida cultural de la ciudad, llegándose a hablar del “Paris de Siberia”. Hoy queda poco de ese explendor del siglo XIX, si no es por las casas de los “Decembristas”, y alguna antigua casa de madera con sus ventanas y aleros labrados caprichosamente, resistiendose a ser engullida por los monótonos bloques de viviendas soviéticas.
Remontando el río Angara con la Roketta llegas al lago Baikal, la mayor reserva de agua dulce del mundo. No debe ser fácil, pues el Angara desagua el aporte de los 333 ríos que desembocan en esta depresión de 600 kilometros de longitud, rodeado de laderas casi verticales tapizadas de bosque. A pesar de que sólo tiene 60 km de ancho, sus 1700 metros de profundidad hacen que 1 de cada 5 litros de agua potable estén aquí, y que incluso puedas beberla directamente. Eso es debido a que hay unos microroganismos endémicos que depuran el agua, aunque hay quien prefiere decir que es por que está tan fría que no hay quien viva en ella.


Pase un par de días en Bolskie Koty, un pueblecito de 80 habitantes en la orilla del lago, que sólo es accesible en verano con la lancha. En invierno sin embargo, se puede llegar conduciendo… por encima del lago helado. Las temperaturas de hasta 40 bajo cero hacen que se forme una capa de hielo de más de 70 centímetros de grosor, y que hizo necesario que se trajeran rompehielos para cruzar con el Transiberiano, cuando no había railes alrededor del lago.
En este lugar perdido está el laboratorio de investigación del Baikal, que dirige Stom, profesor de la universidad de Irkustk, y que alquila habitaciones para ayudar a pagar los gastos. Un personaje interesante que con su carácter nervioso y activo contrasta con la tranquilidad del lugar, anclado, en el pasado, donde se sigue comiendo pescado ahumado como toda la vida.
Los ratos pasan con conversaciones de horas con Sarig, un israelita que lleva casi 8 años de viaje por el mundo, casi alma gemela, y con paseos sin rumbo en los que inevitablemente vuelves cargado de setas que crecen por todos los lados. Al subir a alguna cima se empiezan a ver árboles con trapos atados a las ramas, simbología shamanica que nos indica que nos acercamos hacia territorio budista, y que nos alejamos de la zona de influncia de las religiones occidentales.

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